miércoles, 9 de mayo de 2012

The Agile Gene - by Matt Ridley

The Agile Gene es el segundo libro de Matt Ridley que leo y comento. Esta completamente centrado en una polémica que dura ya siglos sobre la preeminencia de la carga genética sobre el entorno y la educación en todas las facetas del hombre. Ridley recorre el pensamiento histórico del "nature vs nurture", que como un péndulo, ha ido oscilando desde las posiciones mas genetistas de Descartes y otros hasta las ambientalistas de Freud y sus contemporáneos. El autor nos pasea por las teorías y los experimentos que han influido de manera más decisiva en el conocimiento de esta materia, que por supuesto, han recibido un impulso considerable con la transcripción del genoma humano, en la última década del siglo XX.  A lo largo de todo el libro, Ridley insiste machaconamente que la ciencia nos muestra que la carga genética es importante y el entorno también, tanto el familiar como la experiencia propia del individuo, y que incluso se retroalimentan y necesitan para activar ciertos comportamientos. Ridley repasa la universalidad de Darwin, la herencia de Galton, los instintos de James, los genes de De Vries, los reflejos de Pavlov, las asociaciones de Watson, la historia de Kraepelin, la experiencia formativa dé Freud, la cultura de Boa, la división del trabajo de Durkheim, el desarrollismo de Piaget, y la impronta de Lorenz.

Una primera reflexión interesante que hace el libro es que "la similitud es la sombra de la diferencia". Que un hombre y una mujer son claramente diferentes cuando se compara el uno con el otro, y casi la misma cosa cuando se les compara con cualquier otra especie. Los últimos estudios nos dicen que el ADN del hombre y los simios son similares en un 98.76%. Y casi tan impactante ha sido también el descubrimiento de que el ADN del chimpancé es más parecido al ADN del hombre que al del gorila. El genoma humano contiene 3.000 millones de caracteres (en realidad son bases químicas en la molécula del ADN). Las diferencias genéticas entre dos hombres esta como media en el 0.1%, es decir 3 millones de caracteres diferentes. Los 45 millones de caracteres que nos separan del chimpancé son como diez veces los caracteres de la Biblia.

 Si lo miramos desde otro punto de vista, el número de genes, los científicos están de acuerdo en que el hombre tiene unos 30,000 genes. El que nos diferenciemos con el chimpancé en el 1.5% de los caracteres no quiere decir que tengamos solo 450 genes diferentes. El hombre tiene un 97% de genes compartidos con el chimpancé y un 90% con una mosca. Cuando los científicos empezaron a descifrar el genoma de distintas especies, la primera sorpresa fue la gran cantidad de genes que son compartidos por distintas especies, y que apuntan a un origen común. El mismo gen que hoy en el embrión de la mosca da las instrucciones de donde poner la cabeza, las piernas y las alas, es el que en el embrión del ratón indica como crecer las costillas. Estos genes tienen la receta para crear unas proteínas llamadas "transcription factors" cuya misión es conmutar otros genes para que actúen o paren. Un transcription factor actúa situándose en una región del DNA llamada "promotor". Estos promotores se sitúan aguas arriba del gen y son responsables de atraer transcription factors que a su vez inician la transcripción de un gen. Algunos genes no empiezan a actuar hasta que algunos de sus promotores hayan captado trancription factors. La susceptibilidad de un gen para ser activado o no depende en muchos casos de la sensibilidad de sus promotores. La resultante es que para encontrar grandes cambios de una especie a otra, no es tan relevante tener genes diferentes, como que se activen unos genes u otros con diferentes secuencias. O sea que no es tanto la diferencia de los genes como la de los promotores que los activan o inhiben lo que diferencia a las especies. El genoma por tanto no es un plano para construir un cuerpo sino una receta para cocinar un cuerpo con ingredientes conocidos. La maravilla resultante es que los mismos genes pueden ser utilizados en distintos lugares y en momentos diferentes simplemente instalando un juego diferente de promotores junto a él.

Una de las partes más interesantes del libro trata de los descubrimientos en los años 1980 sobre gemelos (pág. 82). Hasta entonces, la creencia generalizada era que las diferencias en las experiencias vividas, incluso en ciudadanos occidentales de clase media, producirían diferencias en personalidad, sin influencia de los genes. La hipótesis a probar era que los genes no tenían ninguna influencia en la personalidad. Con gemelos educados en familias diferentes y entornos diferentes había una posibilidad de probar empíricamente esta presunción. Los estudios con gemelos causaron toda una revolución en nuestra comprensión de la personalidad. La realidad es que la mayor parte del desarrollo de la personalidad tiene un componente genético. Los psicólogos definen hoy la personalidad en cinco dimensiones: Openness, Conscientiousness, Extroversion, Agreeableness and Neuroticism (OCEAN). En cada uno de ellos, el 40% de la variación de la personalidad es debida a factores genéticos, menos del 10% lo es a factores ligados con entornos compartidos (principalmente, la familia) y un 25% a influencias externas específicas del individuo (desde accidentes y enfermedades, hasta las amistades). Y el 25% restante es el margen de error. Desde una perspectiva freudiana, es sorprendente la poca influencia que tiene en la personalidad la familia donde el individuo se ha criado. En este sentido, la personalidad es tan heredable como el peso. La correlación en el peso entre hermanos es de un 34%. Entre padres e hijos, un poco menor, del 26% ¿Cuánto es debido a que comparten casa y comida, y cuanto a que comparten genes? La correlación entre los gemelos monocigóticos criados en la misma casa es del 80%, y entre gemelos dicigóticos es del 43%. Lo que indica que los genes tienen más influencia que el hecho de vivir juntos.

Pero a pesar de los éxitos con los estudios sobre gemelos, no todos los aspectos de la mente humana presentan la misma característica hereditaria. El sentido del humor, por ejemplo, esta más ligado al entorno, que a la carga genética. Lo mismo ocurre con las preferencias sobre la comida. ¿Y con la inteligencia? La controversia sobre la relación entre la formación y los genes con el nivel de IQ ha existido desde siempre. La supuesta relación entre la carga hereditaria y la inteligencia está detrás de las teorías - y practicas - eugénicas que tanta influencia tuvieron entre las guerras mundiales y que sirvieron de soporte para cometer barbaridades genocidas a lo largo del siglo XX. Las investigaciones modernas sobre la inteligencia muestran que hay una correlación entre las distintas facetas que presenta lo que llamamos inteligencia. Así, las personas que tienen buen conocimiento general, o buen vocabulario, son generalmente hábiles también en la comprensión abstracta o en los ejercicios que tratan de series numéricas. El numero g que trata de la correlación de la inteligencia fue definido por un discípulo de Galton, Charles Spearman y sigue siendo hoy la mejor medida para valorar la capacidad intelectual de un adolescente. El concepto tras g, es claramente estadístico y los esfuerzos por encontrar el gen ligado a g han fracasado totalmente. Sí que hay una correlación, del 40% entre g y el tamaño del cerebro. Y sobre todo con la cantidad de materia gris en el cerebro. Los gemelos monocigóticos tienen una correlación de masa cerebral del 95%. Los gemelos dicigoticos la tienen del 50%. La cantidad de masa cerebral parece que está gobernada por los genes. Pero los estudios sobre gemelos también muestran la influencia del entorno: al revés que la personalidad, la inteligencia si parece recibir una gran influencia de la familia.   Los últimos estudios sobre IQ llegan a las mismas conclusiones: el IQ es en un 50% genético, en un 25% dependiente de entorno, y en un 25% dependiente de la experiencia del propio individuo. Vivir en un entorno intelectual aumenta las probabilidades de ser intelectual uno mismo. Pero a la vez hay clases de individuos donde la variabilidad del IQ se circunscribe a aspectos puramente ambientales; la heredabilidad del IQ depende mucho del status socioeconómico. Y con implicaciones políticas! Entre los chicos más pobres toda la variabilidad en el IQ se debe a variaciones en el entorno y casi nada a las diferencias genéticas, mientras que en un entorno más acomodado la situación es la inversa. En otras palabras, criarse en un ambiente de extrema pobreza tiene un efecto severamente negativo sobre el desarrollo de la inteligencia, mientras que no hay prácticamente efecto ambiental de criarse en un entorno de $40,000 al año que de $400,000. Lo que le lleva a Ridley a afirmar que para fomentar la igualdad de oportunidades es más importante elevar el nivel de los más pobres que reducir las diferencias o desigualdades de las clases medias.

La segunda sorpresa es que la influencia de los genes crece y la del ambiente decrece con la edad. A medida que nos hacemos mayores, nuestro nivel de IQ está menos marcado por nuestra formación y entorno, que por nuestros genes. En la madurez, la inteligencia, como la personalidad, es heredada en su mayor parte, con una cierta influencia en la experiencia individual y muy poca influencia sobre la experiencia compartida.

El libro continua relatando nuevas evidencias donde las causas de los comportamientos no son genéticas ni ambientales sino una interacción sutil entre ambas. Se detiene en la esquizofrenia, la sexualidad, el lenguaje, el aprendizaje, siempre buscando las relaciones con la carga genética y el entorno del individuo. Y finalmente resume su visión de la pugna nature vs nurture a la luz de los avances en el conocimiento del genoma humano y las posibilidades que ha facilitado de poder observar los genes en acción. Todo ello en siete principios

  1.  No tengamos miedo de los genes, no son dioses, son solo engranajes en la rueda de la vida
  2. Ser buenos padres sigue siendo relevante
  3. La individualidad es el resultado de la aptitud, reforzada por el apetito.
  4. Los igualitarios deberían enfatizar "nature", y los snobs "nurture"
  5. Cuanto más entendemos nuestros genes y nuestros instintos, menos inevitables parecen
  6. La política social ser capaz de adaptarse a un mundo en el que todos son diferentes
  7. El libre albedrío es perfectamente compatible con un cerebro exquisitamente pre-especificado - y gestionado - por genes.